viernes, 8 de enero de 2010

Vigilia


La miraba preocupado aun con las manos entrelazadas como orando, orando... el Pacto de los vampiros Oraba, eso si que era irónico, rezaba como cualquier humano temeroso en espera de que un ser supremo y omnipotente se apiadara de su sufrimiento y lo terminara. Ya que ni con todo el poder otorgado, podría hacer algo. Toda la razón de su existencia se encontraba débil, agonizante, tendida en aquella cama que poco podía hacer por ella, sus manos se encontraban pálidas casi transparentes por la perdida de sangre reposando sobre las suaves sabanas que contrastaban con su blanca piel. El débil respirar mantenía latiendo a su corazón, si aquel respirar terminaba, el mismo acabaría con el latir del propio corazón en su pecho. Observo la cicatriz de aquella herida en el pecho parecía sana, pero sus ojos no pudieron recorrer la herida en su cuello en donde los dos orificios echos por sus propios colmillos habían corrompido aquella inmaculada piel... El remordimiento de sus naturales y mas bajos instintos de su identidad calleron bajo sus hombros como pesadas cargas, escondió bajo sus manos su rostro trantando de no dejarse vencer por la desesperación y sin darse cuenta una de sus manos recorrió el camino de forma inconsciente hasta dar con la delicada mano femenina, sintiendo la tibieza y el suave palpitar, un latido con mas fuerza y todo su ser sintió dolor... un pequeño suspiro y si es que aun quedaba algo de su alma humana, esta regreso a su sitio, aliviado por un instante subió a la gloria, para después comprender, que su sentir solo los llevaba a la perdición, miro el cuerpo una vez mas de el precioso pacto de los alquimistas y prefirió voltear a otro lado de la habitación. Nosotros nos condenamos el día que nuestras miradas se encontraron...
Allan Lancaster XXI

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